19/11/13

terminando una adopción

Este artículo que traducimos, publicado en 2009 en uno de los blogs del New York Times se titula Mi hijo adoptivo. Es una história de la ruptura de una adopción.

Como siempre que traducimos un texto, éste no representa las ideas de la web o de las personas que participan en este blog, únicamente lo traducimos para que sirva de reflexión y para mostrar distintos puntos de vista de distintas situaciones relacionadas con la adopción.

La primera vez que consideré renunciar a D. estaba tumbada sola en la cama de matrimonio. Era medianoche, mis hijos dormían y mi marido estaba en una misión (del ejercito). Estaba tan sorprendida por ese pensamiento que me senté de golpe, corría al baño y me lavé la cara con agua fría. Estaba oscuro pero pude ver mi silueta en el espejo y lo miré esperando ver un demonio en vez de a la madre de D.

Corrí hasta la habitación de D con miedo de que ya se hubiera ido. Pero estaba allí, tumbado sobre sus sábanas del tren Thomas, chupándose el pulgar y respirando tranquilamente. Le acaricié la mejilla con dos dedos y exhaló. “Te quiero pequeño” se susurré, le besé la frente tragándome el nudo de la garganta. Volví a mi habitación y lloré sobre la almohada.

D. era mi hijo adoptivo. Es un pequeño niño originario de Sud África que llegó a nuestro hogar algunos meses antes de esa noche espantosa. Llegó al aeropuerto internacional de Miami un lunes por la tarde, yo estaba tan nerviosa que clavé las uñas en el volante dejando unas marcas. Todavía se pueden ver ahora. No podía contener mi emoción. Después de esperar largos meses podía finalmente tener a mi hijo en brazos y besarlo.

había querido adoptar desde hacía mucho tiempo, incluso antes de conocer a mi marido o tener a mis cinco hijas biológicas. Siempre he querido una gran familia, como la familia en la que crecí en Italia, y me encanta el caos y la alegría de tener muchos niños.

Investigué un montón sobre adopción, incluso sobre problemas de apego y otras complicaciones que pueden presentar los niños adoptados más mayores. Hablé con mi terapeuta y pasé por el minuciosos proceso con los trabajadores sociales para averiguar si yo, y mi familia, éramos aptos para un niño que necesitaba un hogar. Cuando nos hablaron de D. yo estaba muy emocionada y convencida que sería capaz de criar a ese niño de la misma forma que había hecho con mis hijas.

Cuando llegó a Estados unidos, nuestro pediatra le diagnosticó algunos problemas de salud que ya esperábamos y retraso del desarrollo. Su edad no estaba clara – lo habían encontrado en una cuneta – pero el doctor estimó que era algo menor de 1 año. D. no tenía fuerza en las piernas y tenía al cabeza completamente plana, de estar tumbado en la cuna muchas horas al día. Las primeras semanas en casa la gente me preguntaba si sufría una lesión cerebral. D. también sufría de coprofagia, se comía sus propias heces, lo que mi pediatra aseguró que superaban la mayoría de niños a los 4 años. Casi todas la mañanas, cuando lo iba a recoger a su cuna, me lo encontraba la cara y la ropa de la cama manchadas de caca.

Pero los problemas físicos o de desarrollo no eran el verdadero problema. Cinco o seis meses después de su llegada sabia que D. no se estaba apegando. Esperábamos su indiferencia hacia mi marido, que estaba destinado fuera la mayor parte del tiempo, pero nuestro hijo debería estar más apegado a sus hermanas y sobretodo a mi, su principal cuidador.

Su trabajador social, su pediatra y su neurólogo me decían que había pasado por mucho y que los problemas de apego eran de esperar en una adopción. Pero los problemas de apego de D. fueron sólo la mitad de la historia. También sabía que yo tenía problemas para vincularme a él. Era atenta y le proporcionaba a D. un buen hogar, pero no estaba conectando con él del mismo modo visceral en el que conecté con mis hijas. Y si bien era fácil y tranquilizador hablar a todos los expertos de los problemas de D., fue aterrador mirarme a mi misma. Ni una sola vez había considerado la posibilidad que viera a un niño adoptado de forma distinta a mis hijos biológicos. darme cuenta que no sentía a D. del mismo modo que sentí por mis propia carne y sangre sacudió los cimientos de quien yo pensaba que era.

Busqué ayuda e hice algunas terápias de apego, que consistían en ejercicios para fortalecer nuestra relación, sobretod juegos dada la edad de D. Él passaba mucho rato en mis brazos durante el día, cantábamos canciones, leíamos libros, repetía palabras mientras hacíamos contacto visual. Construímos castillos con bloques y fuimos a una classe de "mamá y yo".

Aún así, me costó. Un día (todavía no sé exactamente que diferencia había ese día en particular) estaba hablando al teléfono con Jennifer, nuestra trabajadoa social, que únicamente preguntó "que hay" cuando le solté que yo no podía seguir criando a D., que las cosas eran demasido difíciles.



 
Tan pronto como dije estas palabras en voz alta, un río de emociones me derbordaron, sollocé, agarando el teléfono con ambas manos. Jennifer no dijo nada, esperó paciente, y cuando ya lo había sacado todo me preguntó si quería empezar desde el principio. Hablamos sobre la familia; sobre los problemas que estábamos teniendo mi marido y yo con D. y, como resultado, entre nosotros; sobre la niñas y su indiferencia parcial hacia D.; y sobre algunos de los retos específicos de mi hijo.

Las semanas siguientes Jennifer y yo hablamos a diario. Ella escuchaba y me decía que me centrara en el futuro de D. y que pensara en su bienestar por encima de todo. Finalmente le dije que miraría algunos de los perfiles de familias potenciales, pero le subrayé que no me estaba comprometiendo a ello, solo estudiando las distintas opciones.

Mis pensamientos y emociones estaban desarticuladas y llegaban en tromba. Aveces estaba convencida a quedarme con D. ya que le quería. Un momento después, me daba cuenta que no era la madre que sabía que podía ser y que debería entregar a D. a una familia mejor, con una madre mejor.

Mientras yo luchaba con mis demonios, las cosas en casa seguían siendo muy tensas, cuando mi marido estaba en los Estados Unidos peléabamos sin cesar. Sentía que estaba nadando a contracorriente hasta que una mañana llamó Jennifer y me dijoq eu había encontrado una familia para D. Habían visto su historial, conocían su situación, y se habían enamorado de él. La madre, Samantha, era psicóloga y la familia había adoptado a un niño con problemas similares un par de años antes.

Hablé con Samantha y su marido unas pocas veces por teléfono y de buenas a primeras me sentí cómoda con ellos. Durante una de nuestra conversaciones decidimos que era hora que conociera a D. en persona, para facilitar la transición.

Esto siginificaba que la decisión era definitiva, D. iba a dejar nuestra casa.

Mientras esperaba que llegara Samantha, Jennifer me ayudó a hablar con mis hijos, los miembros de la familia, incluso con extraños, pero lo más importante me cogió la mano a la hora de hablar con mi hijo. Le expliqué que se uniría a una nueva familia y que le querrían muchísimo - que no había hecho nada malo. No sé que entendió ya que era muy pequeño y nunca respondió a mis palabras.

En mi primer encuentro no la nueva mamá de D. iba hecha un desastre. Vestí a D. con su ropa más bonita, polo de color blanco y pantalones azules, le senté en la silla del coche y me fui al McDonalds dónde había quedado con Samantha.

El viaje en coche era corto pero, cada vez que me acercaba a un semáforo, me entraba el dolor y me daba la vuelta, dispuesta a quedarme con D. El viaje de 5 minutos fue un viaje de 30 y, cuando por fin llegué al parquing del McDonalds estaba agotada. Me temblaban las manos, tenía la boca seca y mis ojos estaban enrojecidos. Samantha nos reconoció tan pronto como bajamos del coche y vino corriendo hacia nosotros. Sus ojos se iluminaron cuando se acercó a D. y se agachó a su altura para abrazarle.
 
En los siguientes días, Samantha y D., empezaron a conocerse el uno al otro y entonces fue el momento de que D. se fuera con ella. Esa mañana la dejé entrar torpemente en mi casa y me tomé una pausa. Con las manos temblorosas le di la bolsa con las cosas de D. y algunos de sus juguetes favoritos. Mis hijas estaban mirando Bob Esponja y le dijeron adiós a su hermano con indiferencia, como si se fuera sólo un rato y fuera a volver.

A cámara lenta abría al puerta de mi casa. Me sentía pesada y los pies se me quedaron pegados al suelo. Samantha me dijoq ue me daría unos minutos a solas con D. y se fue rápidamente hacia el coche. Me arrodillé y acerqué a D., queriendo desesperadamente dejar un recuerdo imborrable de mi mi hijo e mi, y mio en él, inhalando su aroma, sentir su suave piel y tocar su grueso pelo. En los últimos minutos juntos, me mirá a los ojos y le dije que lo quería y que había tratado de hacerlo lo mejor posible.
 
Su nueva mamá lo querría mucho, tanto; mi hombrecito estaría bien.
 
No lloró, me devolvió la mirada y luego miró a Samantha y le pidió más zumo. Yo estaba demasiado abrumada para pronunciar otra palabra, però Samantha me apretó la mano y me aseguró que D. sabría que lo había querido y que había hecho un buen trabajo.
 
Las siguientes semanas fueron una mezcla de emociones, desesperación, alivio, tristez, culpa, vergüenza y finalmente aceptación. Después de un par de meses en casa de samantha supe que D. estaba haciendolo muy bien y adpatándose a su nueva vida. Estaba tratando con algunos problemas, pero sé que Samantha y su marido son los mejores padres que D. podría tener. Han hecho todo lo posible para adoptarle legalmente, para darle la bienvenidoa en su hogar y proporcionarle la mejor atención que puede recibir. El hecho de que tenga un hermano que ha pasado por problemas similares ha hecho la transición más fácil. Samantha me comentó que D. nunca tiene suficiente de su hermanbo o la de la atención de su padre. 
 
Mi marido me pidió al principio que no hablara sobre D. ya que sólo me expondría a ser criticada. Pero escribí este texto porque D. me ha enseñado mucho sobre mi misma y sobre la paternidad /maternidad y porque espero compartir esta experiencia con otros que pueden sentire solos en su fracaso. D. desinfló mi ego mostrándome mis limitaciones. Debido a mi hombrecito tengo más compasión por los errores que comentemos cómo padres y estoy mucho menos dispuesta a apuntar con el dedo los problemas de los demás.
 
Aún estoy procesando toda esta experiencia y creo lo que estaré siempre.
 
No he dejado nada del tiempo pasado con D. en casa. Samantha no quiso la ropa de D., creo que prefirió un nuevo comienzo, así que lo doné todo al Ejército de Salvación. No tenemos fotos de D. ya que mi marido pensó que sería demasiado difícil, pero en mi cartera llevo una pequeña foto de la carita de D que le tomés después de su primer corte de pelo. Cuando pienso en él la sacó para mirar sus enormes ojos y mi corazón se llena de tristeza.
 
Gracias pequeño D. por todo lo que has sido para mi y para los demás. A pesar de mis errores, te quise de la mejor manera posible y nuca voy a olvidarte.
 
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